Patricia trabajaba largas horas en una empresa que vendía pochoclos y dulces en cines y shoppings. Con un recibo de sueldo que solo reflejaba la mitad de su salario, y en un ambiente laboral poco considerado, decidió alzar la voz y reclamar.
Nunca pensó que trabajar en esas condiciones podría impactar tanto su futuro. Durante años fue empleada de una empresa que no respetaba las jornadas laborales ni blanqueaba la totalidad de su sueldo. “Al principio, uno no dice nada porque necesitás el trabajo, pero llega un momento en que no podés más”, confiesa, recordando los días interminables y el trato poco amable que recibía.
El problema principal no era solo la cantidad de horas extras que nunca le pagaban, sino el descubrimiento de que parte de su salario estaba en negro. “Yo estaba tranquila porque tenía un recibo de sueldo, pero no sabía que si no figuraba todo lo que cobraba en realidad, eso me iba a traer problemas”, comenta.
Este tipo de irregularidades no solo afecta el presente, sino también el futuro de los trabajadores. La parte no registrada del salario no se tiene en cuenta para aguinaldos, vacaciones, horas extras y otros derechos. Pero el impacto más grave aparece al momento de jubilarse, ya que el monto de la jubilación se establece en función de los salarios que figuran en los recibos, por lo que un recibo que esconda la mitad del sueldo es menos jubilación en el futuro.
Cansada de la situación, Patricia decidió reclamar, pero la empresa rechazó su pedido. Esta negativa la llevó a tomar una decisión valiente: considerarse despedida. Sin embargo, la empleadora tampoco mostró interés en conciliar durante las reuniones en el Ministerio de Trabajo. Por eso, presentó su caso ante un juez.
En este camino, Patricia contó con el apoyo de ex compañeros que testificaron sobre las irregularidades en los pagos y las malas condiciones laborales. Sus declaraciones resultaron clave para fortalecer el caso, y cuando parecía que el juicio llegaría a una sentencia, la empresa, enfrentada con pruebas contundentes, dio un paso atrás y ofreció un arreglo económico que Patricia aceptó. “Por lo menos no me quedé callada. Ahora siento que hice lo que tenía que hacer, y eso me deja tranquila”, reflexiona.
Patricia también envía un mensaje a otros trabajadores: “Te dicen que no hagas lío, que mejor te quedes quieta. Pero si no reclamás, nadie va a venir a regalarte nada. Hay que pelear por lo que es justo”, concluye.
Su historia demuestra que, aunque las empresas busquen evadir responsabilidades, alzar la voz y luchar por los derechos laborales siempre vale la pena.